lunes, 26 de octubre de 2020

Escritos musicales - Bruce Springsteen: Letter To You (2020)


   ¿Pero esto qué es? ¿Esto qué es?... ¿ESTO QUÉ ES? En el transcurso que iba de 2012 a 2014 estaba convencido de que Bruce Springsteen -al menos el Bruce que iba del 73 al 81 y los discos recopilatorios de descartes "Tracks", "The Promise" o "The Ties That Bind: The River Collection"- era el mejor músico y compositor de la edad contemporánea. Ahora no está ni en mi Santísima Trinidad, formada por Bob Dylan, Leonard Cohen y Van Morrison, y precisamente por todo lo que vino después del 82, cuando el auténtico Bruce murió como artista y como músico y de sus cenizas emergió el titán del rock de estadio en que se convertiría, devorado unánimemente por todos los demonios que al mismo tiempo que llenaban su cuenta corriente despojaban de todas las musas al que una vez fue, y durante una década, el más grande. No es una exageración afirmar que esa sucesión de discos que conformaban sus primeros nueve años y la inmensidad de descartes gloriosos que emanaban de las sesiones de cada uno de ellos me retorcían el corazón aún más que la inefable progresión de grabaciones de los últimos Beatles (desde "Rubber Soul" a "Abbey Road") o los mejores momentos de Dylan, cristalizados en cumbres inigualables en la música moderna como "Highway 61 Revisted", "Blonde On Blonde" o "Blood On the Tracks". 

   Pero Dylan, cuyos trabajos de estudio desde el 97 ("Time Out of Mind", "Love and Theft", "Modern Times", "Together Through Life", "Tempest" y "Rough and Rowdy Ways") resultan una progresión de sobresaliente tras sobresaliente y en todas sus décadas, -incluida en la defenestrada e infravalorada que se desarrolla en los 80-, se pueden encontrar discos y creaciones de una calidad única que sólo Robert Allen Zimmerman puede lograr; o un Leonard Cohen cuya trilogía final ("Old Ideas", "Popular Problems" y "You Want It Darker") roza el cielo y su obra anterior no baja de esa altura sublime; incluso un Van Morrison celestial y soberbio hasta en el decurso de su vida, tras unos setenta, ochenta y noventa gloriosos donde se funden los estilos y uno paladea con todos los sentidos una música onírica plagada de maravillas que son capaces de torcer el tiempo y unas últimas dos décadas en que, aunque se haya acomodado y muchas veces sientes que estás escuchando la misma canción, no baja de una claridad meridiana a través de unas composiciones de calidad indiscutible -"caviar sonoro" he calificado siempre al ingenioso cosmos musical del norirlandés-. 

   Nada de eso le pasó a Springsteen. Ni remotamente parecido. Tras "Nebraska" llegó el disco que rompió todos los récords y le abrió la puerta de todos los estadios de la tierra. El mundo entero aclamó un disco cuyas canciones, a excepción de un par de ellas, palidecían de una manera asombrosa respecto a las centenares de maravillas de antaño, proyectadas encima con una producción hortera y cochambrosa, signo de los tiempos en que fue bautizado. Le siguió un disco mucho mejor como es "Tunnel Of Love" pero que seguía resultando absurdo del músico que fraguó prodigios como "The Wild, the Innocent & The E Street Shuffle", "Born to Run" o "The River". Se casó, tuvo hijos, se hizo millonario y sacó discos bastante decentes, cuyas versiones con la E Street Band (como el "Local Hero" de Leeds en 2013 o el "Roll of the Dice" de Uncasville en 2014) presagiaban que podría haber salido de ahí algo mucho más digno; luego, regresó a los terrenos áridos, austeros y crudos de "Nebraska" con un gran disco como "The Ghost Of Tom Joad" y más tarde, lo inevitable: vuelta al gran teatro del mundo con la E Street Band y unos discos mediocres y cortoplacistas que satisfacen de manera muy infrecuente -"una vez al año no hace daño" me refiero a ellos siempre-. Curioso que muchos pensemos, entre los que me incluyo, que lo mejor que hizo en el siglo XXI fue "We Shall Overcome - The Seeger Sessions". Irónico a más no poder que precisamente ese fuese un álbum de versiones. Eso lo decía todo. "Magic" o "Wrecking Ball" parecían estar un pelín más cerca de la frontera de su glorioso pasado pero, seamos sinceros, siguen siendo discos menores y que llevo años sin oír. 

   Entonces surgió el milagro: "Western Stars". La polarización con este regalo del destino es asombrosa: hay gente, -mucha gente, muchos fans- que lo tilda sin tapujos de ser una basura pseudo-country, artificial, engañosa, vulgar y convencional, y otros (entre los que me incluyo sin el menor género de dudas) que fuimos hipnotizados hasta el tuétano con un pasmo protentoso ante una preciosidad inesperada que desgraciadamente no tuvo una gira con una conjunción de músicos ajena a la E Street Band como la que interpretó formidablemente el disco en su totalidad y orden en una filmación que acabó saliendo en cines -versión, por cierto, mucho mejor a juicio de demasiados corazones afines al mundo de la música, con arreglos musicales preciosistas y tejido por una red de músicos que conducían la encadenación de canciones por aguas clásicas, hilvanadas con retazos folk, country o incluso de un pop absolutamente exquisito, elegantísimo y frugal-. Pronto llegué a considerar a las estrellas occidentales las más brillantes constelaciones Springsteenianas en años, décadas incluso; desde "Tunnel Of Love". Pero nada me hacía elevar las expectativas repentinamente y ni en lo más proundo de mis sueños vi venir una explosión cósmica cegadora cuyo rayo me fulminaría en pleno 2020 como aquel Bruce primero del cual me enamoré. 






   Quizá el punto de partida sea la clave para contar historias tan profundas y verdaderas como la obra que ha dejado Bruce Springsteen para la posteridad. Rastrear con lupa de entomólogo las huellas de Springsteen a lo largo de cinco décadas es arriesgado y cada mente y corazón desembocaría en un mar de distinto país, de dispares coordenadas geográficas. Pero la opinión de los más sabios en esto de la música popular (término que detesto por resultarme en cierto modo despreciativo y arrogante, a pesar de considerarme un melómano absoluto que ama la música clásica muy por encima del resto de músicas de cualquier espacio y cualquier tiempo) realizan una valoración afín a la mía y consideran de una forma sólida que el Springsteen que de verdad merece estar ahí, junto a Dylan, Cohen, Morrison, Young o los Beatles, The Band, Pink Floyd, Queen o los primeros U2 es precisamente el que surcó el mundo en sus primeros años. El resto es una sombra, muchas veces alejada y mediocre que apenas se puede identificar con aquel joven Bruce que quería comerse el mundo y que, a su manera, lo hizo. Sé que muchos fanáticos, cegados por la pasión, discrepan sardónicamente de juicios así. Eso está bien, todos perdemos la razón con algunas cosas, pero hay que ser consciente de la realidad de lo intangible, a pesar de la subjetividad, a priori, del arte musical. 






   Realizar un perfil sintético y sublime de las apariencias mentales de ese primer Bruce en mi propio cerebro que logre conjugar a la perfección con la valoración de los más doctos es algo que ya habrán escrito muchos y mucho mejor y además me resulta difícil. Es imposible reflejar sentimiendos de una hondura tal como los que subliman de la escucha atenta de "New York City Serenade", "Jungleland", "Racing in the Street", "Drive All Night" o "Incident On 57th Street". Tengo claro que, en su conjunto, la obra de Springsteen ya no me conduce a los mismos rincones de la mente que en el pasado, como continúan haciéndolo la de Bob Dylan o Leonard Cohen o Van Morrison o Neil Young, pero sí pienso aún que la selección de las diez o veinte mejores canciones de Springsteen es aún mejor que la misma antología de canciones de los Beatles, Dylan o cualquier otro. Quizá ese fanatismo ilusorio sea ahora el que me ciegue a mí; es una afirmación quizá innecesaria y puramente subjetiva, pero sólo hay que escuchar los milagros sonoros citados o el "Kitty`s Back" de más de quince minutos de la versión en directo -hay un pro-shot magnífico de Perth en 2014 pero que, a mi juicio, no es la mejor interpretación de esa gloria fastuosa y sublime que ha hecho la banda en las últimas dos décadas-, o los descartes (incompresibles) tan sublimes como "Stray Bullet" o "The Fever" o "Thundercrack" o "The Promise" o incluso "Frankie" y "Restless Nights" y "Zero and Blind Terry". Y es que la razón de que recalque de manera tan obsesiva y neurótica su pasado en un escrito sobre su nuevo disco encuentra su argumento en los párrafos siguientes: 







   1 - "One Minute You're Here": la primera bala del disco resulta sorprendente en el mejor de los sentidos: es arriesgado abrir un disco así, dominado por el auténtico sonido de la E Street Band, por fin retornada de un ostracismo demasiado largo con décadas de grabaciones de estudio en que ya no sonaba a la E Street Band original, esa que fue considerada la mejor banda de rock de todos los tiempos (afortunadamente en directo siguió sonando casi tan bien como antes), aquella E Street Band verdadera e indómita, la innegable y probada por medio mundo como la banda definitiva en directo, cuyo director de orquesta (porque es una jodida orquesta de música moderna) no es sino el llamado "Jefe" unánimemente por todos los medios de comunicación del planeta y por todos los amantes de la música, desde los arcaicos y rancios que se quedaron en los sesenta y setenta a los a veces intransigentes y estúpidos aficionados de sonidos más duros como el metal y sus cuasi infinitos subgéneros pasando por los adoradores de los sonidos mainstream o los enamorados de la música más minoritaria y selecta. 

   Pero aquí estamos, ante una canción rabiosamente genial que abre el disco con un sonido que primero evoca a los desérticos parajes de la américa profunda tan bien narrados en "Nebraska", "The Ghost Of Tom Joad" o "Devils & Dust" para luego rememorar el refinamiento y la finura musical de "Western Stars" y revivir y fundir ambas identidades en una canción corta y sobria que emana belleza y contención al mismo tiempo y también asombro sensitivo. Valoré muy positivamente la pieza desde el primer momento. Automáticamente la amé, a pesar de recordarme en exceso (y quizá por eso) en la sucesión estructurada en tríada de "baby" a una de mis canciones favoritas de U2 y de todos los tiempos: "Ultraviolet (Light My Way)" -sólo en esa secuencia-. Istantáneo fue el flechazo con esta delicada pieza que abre un disco que me ha dejado en shock y cuyas razones detallaré lo mejor posible a continuación. 

   2 - "Letter to You": la hagiografía se desvanece temporalmente aquí. Y es curioso que así suceda en la canción homónima al disco y en el primer single que salió, pero como muchos sabemos, las canciones más radiables, mediáticas y conocidas que suelen formar los singles, suelen ser las peores del disco que en teoría representan. No obstante sé que a muchos encantará ese especie de puente entre dos geografías lejanas, entre lo acústico y lo tenue y de improvisto los baquetazos del sublime Max Weinberg (uno de mis baterías favoritos de todos los tiempos y todos los estilos) abriendo una canción de rock puramente Springsteeniana pero con un denominador que tiene más en común con los singles y los pop/rock estándar del Bruce del siglo XXI y su rácana y hasta cutre E Street Band de estudio de los últimos veinte años. Es una canción, a mi juicio, ordinaria. No está mal, pero tampoco es memorable. Es buena, pero, ¿cuántas canciones simplemente buenas, a secas, caen en el olvido con el decurso de los años? La inmensa mayoría.

   Incluso sus equivalentes de otros tiempos ("The Rising", "Radio Nowhere" o "Wrecking Ball") me gustan más sin parecerme ninguna de ellas algo que pueda soportar el paso del tiempo como "Blinded By The Light", "Rosalita", "Born to Run" o "Badlands". Claro, no te jode pensaréis muchos. Pero... ¿Y "Key West (Philosopher Pirate)", "'Cross the Green Mountain", "Thunder on the Mountain", "Beyond Here Lies Nothin'", "Tempest" o "Come Healing", "Lullaby", "Did I Ever Love You", "Born in Chains", "You Want It Darker", "On the Level", "Steer Your Way" o "Dark Night Of The Soul", "The Prophet Speaks", "In Tiburon", "Holy Guardian Angel", "Mystic of the East" o "Retreat and View"? Que no, coño, que no. Que "Letter To You" es una canción normalita, para saltar, para cumplir, con unos buenos baquetazos que levantarán a un estadio pero ya. Y si eres tan fanático de Springsteen que incluso algo así te parece buenísimo es que no tienes ni puta idea de música. Ah, y es un semiplagio de "Land Of Hope And Dreams", una de las mejores canciones del Bruce de los últimos tiempos. Sólo que con un sonido hiperinflado, artificial, vulgar. La batería de Max y las aportaciones (qué lástima más grande que sean tan roñosas y tacañas) del piano de Roy la salvan del insuficiente. Pero por poco.

  3 - "Burnin' Train": creo sinceramente que es de lo peor del disco pero, aún así, supera ampliamente a la anterior. Me parece curioso que la tercera canción del álbum lleve la palabra "Train" en el título como hacía la tercera del etéreo "Western Stars". No sé por qué, pero me recuerda a la etapa más desenfadada y festiva de Springsteen. Del Springsteen bueno. Me lleva a ciertas partes de "The River" y a los grandes momentos de "Human Touch" y "Lucky Town". Está bien, desde luego, pero me sigue sin parecer una maravilla. Una canción aceptable. Pero es ese desparpajo puramente auténtico que lleva la esencia más pura de Springsteen y la E Street y esas guitarras afiladas lo que harán de ella, espero, una buena canción en directo. Me encanta el final con Max en primer plano. 

  4 - "Janey Needs A Shooter": y es precisamente Max el que abre esta puta barbaridad y Charlie, sustituto del malogrado y amado Danny, continúa elevando la canción hasta las grandes cumbres musicales que Springsteen frecuentaba con tanta frecuencia, joder. Cómo se nota que, en realidad, es de los 70. Vale, tenemos a la prima fea de "Land Of Hope And Dreams" en "Letter To You" y aquí a la suegra de "Darkness On The Edge Of Town" haciendo la tijereta con "Atlantic City" en su versión en directo con la E Street. Vale, ¿y? Si el resultado me pone tanto, pero tanto, como hacía años que el señor Springsteen no lo hacía (qué coño: décadas), lo recibo con los brazos más que abiertos y dejando de lado, en lo posible, la intelectualización. Esto es más que suficiente. Mucho más de lo que nos esperábamos muchos. Sólo por esta canción merece la pena el disco, y aún vamos por la cuarta. 

  Pero es que ahí reside su esencia, la gran clave de esta canción: esa faceta de auténtica camaradería, de auténtico poder juvenil, de aquellos momentos de éxtasis de la E Street Band de finales de los 70 y principios de los 80. No exagero en absoluto si digo que esta regrabación es mucho mejor que cualquier canción del Springsteen post 82. Qué maravilla, qué pasión, qué orgía sensitiva. Este es el auténtico Sprignsteen coño. Esta es la auténtica E Street Band. Aun habiendo conocido de antemano los resultados de las regrabaciones de Springsteen en canciones antiguas como en el fabuloso "The Promise" el resultado aquí me enloqueció de una manera eléctrica e implacable como un torrente sin fin de fiesta, que en oleajes de puro rock va estructurándose en torno a la frase "A man who knows her style / The way that I know her style" hasta dirigir a la E Street Band hacia un auténtico ciclón musical que directamente eriza la piel y arranca despiadademente las lágrimas. 38 años hacía que una canción "nueva" de Springsteen no alcanzaba un clímax así. 

  5 - "Last Man Standing": no sé cuál hubiera sido la mejor manera de continuar algo así; si nos introducimos a lo más profundo de los sueños más húmedos de los fans de verdad de Springsteen y su banda quizá una buena idea hubiera sido una canción absolutamente nueva cuya composición igualase en calidad a sus mejores creaciones, pero eso es demasiado soñar, tratándose de Springsteen. Que nadie se espere un "Key West (Philosopher Pirate)", porque no lo hay. Dylan sigue creando obras maestras indiscutibles. Pero Dylan es el más grande en este mundo de la música moderna. Aun así la canción a la que corresponde el dudoso honor de continuar la orgía no fulmina el éxtasis de Janey y su pistola. Me evoca profundamente a la etapa de "Magic", el disco más válido del Springsteen contemporáneo según muchas voces autorizadas. Parece un descarte de ese hipotético mejor trabajo del de Nueva Jersey con la E Street del siglo XXI. Si es así, está bien tirado. Es inteligente realizar esta artimaña justo después de hacer lo propio pero remontándose más de 40 años atrás y no 13. Es una buena canción.

  6 - "The Power Of Prayer": quizá es que siento debilidad por el piano, por las canciones delicadas y profundas, lentas y melancólicas; quizá sea justamente por eso que esta canción me ganó prácticamente desde la primera vez y parece no decaer en las sucesivas escuchas. He leído críticas que hasta la han calificado de "ñoña". Bueno, todos sabemos la frase aquella de los colores y los gustos. Ñoño me parece la sucesión industrial y artificial de pseudomúsica que triunfa en los medios y en las radios. En España, mi país, los "músicos" más mediáticos y celebrados de los cuales mantendré por respeto sus nombres en el anonimato (pero no hace falta que los nombre) sí que son ñoños y vacíos. Pura azúcar. No me explico cómo semejantes bazofias triunfen sobretodo en mujeres y en chicas, cuando muchas son más avispadas que los hombres. 

 7 - "House Of A Thousand Guitars": la unión con la anterior representa una lógica musical harto inteligente. Me llama poderosamente la atención como ha sido vanagloriada a través de las redes sociales porm Springsteenianos conocidos y cuyo criterio respeto profundamente y admiro. Confieso que, aún gustándome a la primera escucha y aun habiéndola dado todas las oportunidades posibles en este intervalo de tiempo, no logro comprender la magnificencia de la canción, aun pareciéndome muy buena, y sin duda alguna una de las mejores composiciones realmente nuevas del álbum. 





viernes, 23 de octubre de 2020

Para Tangerine Flavour - Only another song of life

   

   Hace tiempo que quería escribir algo corto, pero fiel y preciso, respecto a la que sin duda alguna se ha convertido en mi banda española favorita. Llevo viéndolos en directo ya cinco años con una emoción a caballo entre la audacia y la pasión. Y cada vez que vuelvo a casa tras un nuevo concierto me doy de bruces con una realidad absolutamente imprevisible y que, sin exagerar, no me ha dado ningún artista internacional: cada vez son mejores. No importa cómo, cuándo, dónde. Cierto es que guardo algunos conciertos más en mi memoria que otros, como aquel de Coslada en un antro alejado de la mano de Dios en donde estuvimos, como mucho, cuatro personas. Para mí fue especial verlos en esas condiciones. O uno en 2018 con Julie tras los parches en un pueblo casi tenebroso a altas horas de la madrugada. Pero sin duda el mejor fue, siguiendo la máxima que confieso me ha arrebatado mi corazón musical, el último que pude ver: en la sala Clamores. 

...

   De una manera insólita, llevado por las ilusorias musas de la inspiración que parecen iluminar en ocasiones a cualquier ser humano, me lancé como un torrente desbocado a escribir lo que pretendía fuera una gran canción, al menos una gran canción con una gran música para mi mente. El detonante fue la palabra "prostitute" en voz de Dylan en su gloriosa "Key West (Philosopher Pirate)" de su último regalo del destino errante. De ahí comencé a añadir más y más versos, frecuentando el diccionario para ampliar un vocabulario que, aunque tenía, había olvidado. No es de extrañar que alguien arranque estos trucos para crear o modificar una supuesta invención cerebral: Springsteen mismo confesó escribir la primera canción de su primer álbum, la implacable "Blinded By The Light" con un diccionario de rimas al lado. También es famosa la frase aquella -unos dicen que fue Picasso el que la dijo y otros que T.S. Eliot y seguramente habrá más versiones rondando por ahí- que decía: "los mediocres imitan, los buenos roban".


Those ashes of your cigarette

made me remember the story of a girl riding on her corvette

the way that she made me forget everything I know

about the laws of love

 

Like a labyrinth of rhymes

Molten by an ancient fire

I walk among the ruins of our time

looking for the brightness of the human mind

 

Through the altars you created

I thought it was some kind of pain

In the palace of your face

Beneath the visions that remains

Within the sham love that we made

Between the bogus lines of the sand

 

Now I understand that you did what you wanted

With me

In the history of mankind

Or in the heroic story of women who begin life

Until they dismember her cruelly as much as they can

 

Because the ashes of this last smoke

Turn in on the souls of our fears

We are only pawns in the game of life

Who believe they were different from the rest pawns at the end


viernes, 22 de noviembre de 2019

Escritos musicales - Leonard Cohen: "Thanks for the Dance" (2019)



Valoración: matrícula de honor



   No sé cuántos conciertos he visto a la corta edad de 24 años. Más de cien. Cantidad y aún más calidad. Música, generalmente, internacional. Heterodoxia artística, buceando en géneros musicales con tanta disparidad y libertad como el que navega en la red en busca del conocimiento infinito. Sin cerrarme ni atarme a modas o prejuicios. Y, aunque él fuese el tercero al que vería, aunque él fuese el primero en morir cuando ya llevaba años escuchándolo con devoción y viendo conciertos de los mejores, siempre, desde el primer instante prácticamente, sentí un espasmo casi cerebral; un crujido flamenco y enraizado en lo más hondo de mis entrañas españolas. Nunca, jamás, ha bajado de mi Olimpo pasional, personal.

   Llevé años escuchando con intensidad y una inclinación a caballo entre el delirio y el arrebato la trilogía final formada por “Old Ideas” (2012), “Popular Problems” (2014) y “You Want It Darker” (2016). Cada uno una obra maestra, magna, tremendamente abisal y contemporánea al mismo tiempo. Como el arte más vanguardista rebautizado por la pureza prístina de las primeras civilizaciones edificadas en doctrinas panteístas que interpretaban y reinterpretaban el mundo, reflexionando sobre él. Cada una mejor y más docta que la anterior.

  No negaré que el disco que más escuchaba –y que además ha sido uno de los discos que más he escuchado jamás– fue el recopilatorio “The Essential” (2002 y publicado también un 22, como hoy se ha publicado su álbum póstumo), que contiene sus más emblemáticas, bohemias y comerciales (entiéndase en un sentido poco peyorativo) canciones. Los increíbles directos “Live in London” (2009), “Songs from the Road”, (2010) y “Live in Dublin” (2014) -cuyas reinterpretaciones musicales, en muchas ocasiones, me parecían aún más sublimes que las declinaciones abisales de su voz en las grabaciones de estudio- formaban una trinidad aún más frecuente para mis sentidos que la sucesión de grabaciones finales. Sí, la banda que llevó sus últimos años de vida, que lo acompañaba y arropaba cada noche de despedida, era sublime. Pero siempre he nombrado a Javier Mas como el posible mejor músico y guitarrista que he visto nunca.

 No es ahora el momento para nombrar guitarristas, tanto virtuosos como carismáticos, norteamericanos o británicos, eléctricos o clásicos. Pero este hombre, capaz de arrancar sonidos únicos, de hacer hablar a la guitarra española, la guitarra de doce cuerdas, el laúd, el archilaúd y la bandurria, me enamoró musicalmente de tal manera que incluso le ponía sus punteos e improvisaciones a mi abuelo malagueño, flamenco de corazón. Nombrar antes a Javier Mas que a Leonard Cohen, es precisamente el núcleo de mi reflexión sobre el nuevo trabajo. Lo he hecho así porque es eso lo que resalto de “Thanks for the Dance” (2019), al margen de que me parezca incluso más perfecto y precioso que mi adorada trilogía final. Llevaba años soñando con un disco de Leonardo en donde Javier tuviese un protagonismo tan alto y esencial como en ciertos momentos del “Grand Tour” (así se tituló en 2015 su hasta ahora último álbum en vivo). Ha sucedido por fin y ha sido tan bueno, tan intenso, tan efímero…

   No sé qué más puedo decir. No sé si quiero decir algo más. Es un trabajo corto, póstumo, preciso, fino, elegante, sobrio. Soberbio, como todo en Cohen. Ay, Leonardo… Llevo semanas escuchando de nuevo a Nick Cave, uno de mis músicos favoritos. Le vi en 2015 y le toqué la mano izquierda. Es de lo mejor que he visto nunca en directo. Pero Cave es tu hijo. Tu hijo más aventajado, tu mejor heredero musical. Pero tu hijo. Decías cuando le dieron el Nobel a Dylan que el mero hecho de dárselo al judío errante era “como ponerle una medalla al Everest por ser la montaña más alta”. Creo que esta última danza es como bailar en el Monte Olimpo de Marte, la montaña más alta del Sistema Solar. Gracias Leonard.





jueves, 19 de julio de 2018

Escritos musicales: concierto culminante de Iron Maiden en el colosal Estadio Wanda Metropolitano (14/07/18)




Valoración: matrícula de honor


   El refranero español logra captar y catapultar casi todas las sabidurías, las alegrías y las lecciones de la vida humana. Curioso cuanto menos que una de sus frases más sonadas, esa de "a la tercera va la vencida", casi nunca la he podido pronunciar a modo de festejo. Ésta es una de esas ocasiones en que sí, en que puedo y estoy orgulloso de decirlo, de haberlo vivido tan cerca y sentido tan profundamente: mi tercer concierto de Iron Maiden ha sido algo sublime que quedará en la memoria colectiva para siempre. 

   Sé que me repito más que el ajo últimamente, pero, de aproximadamente algo más de un centenar de conciertos de distinta naturaleza musical, que sólo catorce o quince alcancen la "matrícula de honor", la virtud de lo inolvidable, es algo prodigioso y no tan frecuente como pueda parecer. Lo del sábado 14 de Julio de 2018 ha sido así. Para mí y para miles de personas. Si hay alguna palabra dentro del ingente océano de la Lengua Castellana que justifique con precisión cartesiana y objetividad musical lo que ha sucedido esa es: histórico. 

   Histórico, señores. Ver, sentir, vivir y existir durante un intervalo mínimo de tiempo en un estadio tan grande y monumental como el Wanda Metropolitano colmado e incluso desbordado en la cercanía al escenario en que me encontraba por una banda de Metal en mi país, con su discutible cultura musical -y general-, es, cuanto menos, emocionante. Mi tercera vez con Iron Maiden y la mejor de todas. Sí: a la tercera va la vencida. 








      

   El primer concierto que vi de la legendaria banda fue en 2013 -en el Sonisphere de Rivas, en las afueras de Madrid- y el segundo en 2014 -en el asombroso Bilbao Exhibition Centre- y fueron  grandes conciertos, lo pasé bien o muy bien y sabía que eran, son y serán vacas sagradas, pero el sabor agridulce (en el primero, principalmente, debido al sonido, especialmente de las guitarras, como plástico débil para lo que es el Metal; y en el segundo, por la relativa lejanía y mi forma de disfrutar y entender un concierto: si no estás a unos metros escasos de los músicos, ves los gestos, los ojos, el rostro, los dedos, el sudor o el cuerpo en general, mejor un DVD cómodamente en tu casa) empañó y enturbió siempre mi visión de la probable banda más grande de Heavy Metal de todos los tiempos (¿hace falta decir eso de "con permiso de Metallica"? Ambas. Un puto empate. Dos conceptos distintos y prácticamente opuestos, antagónicos, de entender y crear Metal). 

   Cuando se anunció que Iron Maiden estrenaría musicalmente el recién construido estadio Wanda Meropolitano (vivo al lado del Calderón, y nunca quise que lo demoliesen, pero tras ésta experiencia en el nuevo y aguerrido estadio no hay color con el viejo coliseo de Madrid Río, por mucho cariño que le tenga uno por haber visto allí a AC/DC o a Paul McCartney), jamás pensé en ir. Mis experiencias en 2013 y 2014 con la Doncella no me habían llenado lo suficiente como para gastarme cien euros y no me sobraba ni me sobra el dinero para ir a todos los conciertos que quisiera, pero, hace cosa de un mes y medio y, debido, quizá, a mis resacas monumentales con los conciertazos de Helloween y Metallica (a finales de 2017 y principios de 2018 respectivamente), me veía sumergido de nuevo en esa obsesión por el Metal que creía ya cosa del pasado (¡menos mal que no!). La "probable banda más grande de Heavy Metal de todos los tiempos" (en palabras de Joakim Brodén, lider de Sabaton, o, por ejemplo, de Tobias Sammet, líder de Avantasia y Edguy), con los primeros junto a Gojira como teloneros, dos de los grupos más puntales del género en el siglo XXI, en el moderno y titánico coliseo rojiblanco. Era la ocasión perfecta. El momento perfecto.






   

   En los conciertos he conocido a muchas personas de esas que te hacen confiar un poquito más en nuestra especie. Es ahora cuando me doy cuenta hasta qué punto puede ser grande un ser humano, hasta qué punto tienen razón los extranjeros al decir que los españoles somos grandes personas, muy divertidos y acogedores; en mis años de instituto no conocí a gente tan extraordinaria. Cuando vi a Iron Maiden por segunda vez, en Bilbao, fui en autobús con una organización de conciertos de este género maravilloso e infravalorado por el público general y me tiré horas hablando con un andaluz de unos treinta y muchos que sigo considerando una de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida. Así son los conciertos. Y, qué curioso: para la tercera, otro andaluz y además de un calibre humano que abarca desde la dimensión lúdica a la intelectual de una manera extraordinaria en todos sus puntos y que conocí en la fantástica cola del excelso concierto de Helloween en el Diciembre anterior (y que, como ustedes sabrán, fue la cita más concurrida y hercúlea de la gira, y, como buenos alemanes, Helloween no desaprovecharon la ocasión para inmortalizarlo en DVD; mi gran espina con lo que ha ocurrido en el Wanda Metropolitano...) y que ha hecho posible que considere la espera del ya inolvidable 14 de Julio de 2018, desde las diez de la mañana para coger buen sitio, como una de las mejores o la mejor espera pre-concierto que he vivido. Estoy hablando del inimitable Carlos Aliaño Hermoso. Una catedral humana, en el mejor de los sentidos. Y no le van a la zaga los demás compañeros de batalla campal, de sol a sol; gente entrañable con la que compartes un pedacito de vida y, por supuesto, esta gran pasión que es la música. Como dice el gran periodista musical de El País, Fernando Navarro, "la música te puede salvar la vida". No quiero olvidarme de nadie pero me veo en la obligación de citar a los que recuerdo: Javi (casi un milagro haber encontrado entre cincuenta mil personas a una persona tan extraordinaria como él, con quien comparto tantos gustos, aficiones, pasiones; es el amigo que siempre quise tener en Madrid y, algo así, no se puede decir todos los días. Espero y deseo que nuestra amistad crezca y se consolide), Tomeu (¡qué puedo decir de él! no recuerdo cuándo ni cómo le conocí, pero es un fan de los de verdad, joder, y me llena de ilusión que alguien como él haya leído mi humilde escrito y que haya disfrutado con él), José Mena (le conozco de hace varios años y es un tío genial, amigo de uno de mis grandes amigos y compañeros de conciertos, que, tristemente, no pudo venir: Jano), Nilo, Pedro Alberto (le conocí en persona la primera vez que vi a Maiden, en el Sonisphere 2013, y la foto que nos hicimos, junto a amigos suyos y uno mío, es mítica, una de las fotos que más me gustan y me provocan carcajadas de todas la que tengo), Miguel, Clara (también la conocí en el Sonisphere en 2013, y más adelante hablaré un poco más de ella) y, mención especial para otros andaluces de puta madre: Víctor y Gonzalo. 








   En mi historial como asistente devoto a conciertos, rara es la vez que me compro una camiseta oficial. Muy bonitas pero muy caras. He dicho una: aquí me compré dos. Nunca he cometido tal locura de gastarme setenta euros en dos camisetas, pero las vidrieras estampadas con las distintas y clásicas versiones de Eddie y la camiseta especial dedicada al día que tratamos entre manos, con un Wanda Metropolitano donde un Eddie disfrazado de nuestro inmortal Quijote cabalga, lanza en mano, eran imprescindibles de tener. Inmejorable recuerdo (DVD...ejem) para un inmejorable día. Parece que la camiseta del Quijote ha sido un rotundo éxito y se vendieron todas. 












   Se promocionaba o promovía o anunciaba o  presagiaba (o todo lo anterior al mismo tiempo) como una noche histórica para la música en éste país (con tantas y tan elevadas hazañas musicales como Joaquín Rodrigo, Manuel de Falla, Paco de Lucía, Pepe Romero, Camarón de la Isla, Héroes del Silencio, Triana, Medina Azahara y un largo etcétera de distinta esencia pero mismo corazón musical...) que, aunque en poco tiempo he tenido el privilegio y honor de presenciar los dos conciertos más grandes y masivos de las giras actuales de dos de mis grupos de Metal favoritos (Iron Maiden y Helloween) justamente en mi ciudad, Madrid, siento y tristemente sé que el Metal nunca ha estado bien visto por mucha gente, quizá porque requiera de una paciencia y atención comparables a las de otros géneros difíciles para el gran público (ése al que no le gusta la música y es más falso que un césped artificial, como dicen mis admirados Blogofenia), pero indudablemente superiores en calidad, técnica, complejidad o estructura. ¿Ejemplos? Daré el más rotundo, contundente y obvio: la música académica, denominada popularmente como clásica. Sin duda ninguna, la Música en mayúsculas. 

   Era la primera vez que Iron Maiden llenaba un estadio en éste país (y luego lo hacen artistas de dudosa calidad musical... ¡olé! ¡viva España!). El Wanda Metropolitano es tan flamante, reluciente, colosal y épico como creí que sería (incluso un extremo más allá el que ocultan las exageradas dimensiones de esta maravilla arquitectónica en la que espero ver de nuevo a Springsteen, a los Stones, a U2 o a Metallica... ¡y ojalá a Iron Maiden otra vez aquí!, y que no vuelvan a desaprovechar la ocasión de inmortalizar profesionalmente con cámaras de alta definición; el estadio y el público español lo merecen), pero, el sonido, tras el que finalmente fue el estreno musical en el estadio más moderno de Europa (con Bruno Mars), fue, según me dijeron, abominable. Si un artista "ligero" (y más en comparación con una de las mejores agrupaciones que ha dado la música popular como Iron Maiden) fracasaba tan estrepitosamente, los conciertos de Sabaton (que hacen una especie de Power Metal sueco, que nunca había visto y de los que me habían dicho, y no pocas veces, que eran buenísimos en directo), Gojira (Death Metal y también me habían hablado muy bien de ellos) y Iron Maiden (de quienes recuerdo por muchas cosas pero no precisamente por ser uno de esos conciertos de altura imposible de calificar y comprender) reducía hasta el infinito mis expectativas (en torno al sonido y la calidad del concierto), ya de por sí mermadas por mi experiencia en conciertos en un estadio, que, salvo excepción (U2) suele ser nefando (he de reconocer que AC/DC suenan muy fuerte y muy bien para lo que son, pero lejísimos de la perfección absoluta del sonido de U2). 

   Me equivoqué, afortunadamente. Al menos, en la cuarta o quinta fila en que me hallaba. Vamos a ver más de mis fotos antes de entrar, al fin, a desgranar la ceremonia:








































   Ahora, una sorpresita: voy a enlazar aquí todos y cada uno de los vídeos en 4K que hice el 14 de Julio de 2018. Me parece un poco injusto haber sido el probable único ser entre los más de cincuenta mil en grabar medio concierto en 4K y en cuarta o quinta fila y que haya otros vídeos, desde distintos ángulos, con miles de visitas más que los míos. Sé que canto muy mal. Que berreo como un vikingo poeseído, pero... ¿acaso eso importa teniendo en cuenta semejante documento visual? Eso sí: por razones que desconozco y que me tienen alterado y preocupadísimo, el sonido ha sido muy mal captado por mi móvil y se escucha un ruido continuo que no le hace justicia al sonido del que gocé a metro y medio del escenario. 




   Sabaton y Gojira merecen tener cabida en este humilde escrito. Ambos, en contraste con lo que me suele ocurrir con los teloneros de cualquier concierto, me encantaron. Sabaton son enormes, tienen unas tablas y una conexión hipnótica y altamente contagiosa, enérgica y vital (parece mentira que sean suecos). Sin duda se convertirán en uno de los grandes grupos cuando la "probable banda más grande de Heay Metal" triste pero inevitablemente ya no esté. El vacío será insuperable pero lo visto con Sabaton y, sobretodo, con Gojira, me hace tener fe. Salvo varios grupos (Behemoth, Death, Opeth, Insomnium, Children of Bodom, Arch Enermy, Amon Amarth, etc.) no me suele atrapar el Metal extremo (seguramente por razones de estoicismo sonoro, por ser una verdadera construcción altamente compleja y alejada de los sonidos en los que crecemos en los entornos convencionales; me gusta y disfruto del Death Metal melódico, técnico o incluso del Brutal Death Metal o el Black, pero mi conocimiento en la materia es enormemente escaso, principalmente porque escucho otros estilos de música, como el rock clásico o la mencionada música académica o culta, a la que me aficioné de manera autodidacta vía YouTube y Spotify). Pero Gojira ha pasado automáticamente de ser unos perfectos desconocidos para mí a mi probable segunda banda favorita de éste fascinante subgénero tras Behemoth. Mi amigo y compañero en éste concierto, Carlos, músico de profesión (las conversaciones con él, incluidas aclaraciones académicas en torno a dudas musicales de mi compositor favorito de todos los tiempos, el inigualable Ludwig van Beethoven, o mi canción favorita: "New York City Serenade" del primer Springsteen, que a mi juicio es la mejor canción de todos los tiempos, de cualquier género y época, son, sin exageración, de los mejores diálogos que he tenido nunca el placer de compartir; se nota cuando hablas con alguien que verdaderamente sabe de lo que habla y a la vez es una bellísima persona) estaba absolutamente cautivado con la calidad técnica del batería, Mario Duplantier. 











   Es imposible describir ese espacio y ese techo circular, iluminado como una ingente nave espacial cuando domina la noche. Ni las imágenes de Internet sirven para hacerle justicia. Imagínense estar a uno o dos metros de escenario, girarse 180º para ver a 54.000 seres y mirar a lo alto y ver el inefable límite circular sobrevolado por dos helicópteros a eso de las 21:05, a pocos minutos de empezar el concierto. No recuerdo si se me saltaron las lágrimas, pero esos segundos no los olvidaré nunca. Me explico por si alguien no lo entiende: Bruce Dickinson no sólo es uno de los mejores vocalistas y uno de los mejores showman y animales de escenario: también es piloto de aviación, maestro de esgrima, escritor, empresario... Un pedazo de cabrón, vamos. Cuando la gente critica el Metal y acusa a los amantes de esta música de infantiles, de bárbaros, de zumbados o de bichos raros hay que contestar un par de hechos objetivos que le rompan los esquemas y los argumentos a cualquier idiota. Como éste (pero, como decía un conocido, si resucitase el mismísimo Aristóteles e intentase convencer a un ignorante, a un fanático, a un analfabeto o un pobre ser presa de la idea fija, no lo lograría).








  El sonido es para mí la columna vertebral de un concierto. Y, al menos, en ese espacio tan privilegiado (horas de espera, sol de justicia; sarna con gusto no pica) en el que estaba junto a Carlos y Javi, entre otros (también me encontré a una gran persona que conocí en el concierto de U2, hace ahora un año justo, el 18 de Julio de 2017), fue ligeramente pasable con Sabaton y Gojira, pero insuficiente y con una nitidez que brillaba por su ausencia. Era lógico, pues eran teloneros y en un estadio. Pero, por arte de magia, y obviando las tres primeras canciones, el sonido de Iron Maiden me hizo extremadamente feliz y, al fin, lo que ansiaba mi pobre corazón: sonaron las guitarras. 

  Los vídeos que pondré a continuación no son míos. Las primeras tres canciones fueron una batalla campal, digna de ese escenario militarizado, camuflado como si estuviéramos en una guerra fraguada en el ardor del siglo XX, la época más violenta y sangrienta de la historia de nuestra especie. Junto con Einstein, Winston Churchill ha sido calificado como la persona más importante del pasado siglo. La transición entre su épico y afiladísimo discurso con la incombustible y genial "Aces High", una verdadera máquina inclemente de Heavy Metal, era la manera más soberbia imaginable de empezar la ceremonia. Confieso haber visto muchísimos vídeos de YouTube comparando el empiece en un festival de día o en un pabellón, con todo el espectáculo luciendo, y sentir una terrible lástima por saber que mis primeros minutos frente a Iron Maiden en 2018 iban a ser mediocres en comparación con los shows de pabellón. Ahora, señores, la transición entre el día y la noche y la actitud soberbia de la banda, hicieron que olvidase por completo ese detalle. Ahora, es más, me alegro de que empezase con el sol aún en el cielo de Madrid. 

Así empezó uno de los mejores conciertos de mi vida:









  
  Como he comentado, comento y comentaré, resaltándolo insistentemente, el sonido, al menos, en la cuarta o quinta fila en que me hallaba, delante de Adriam Smith y Dave Murray (no quería ponerme delante de los guitarristas sino del eterno líder y uno de los mejores bajistas que ha dado la música, el inimitable Steve Harris, pero ya lo hice en 2013 y las circunstancias dieron que optase por esa zona, y no me arrepiento en absoluto: todo lo contrario), fue hercúleo, sólido, compacto, potente. Hubo momentos en que parecía más una bola de ruido empastada, pero eso, desgraciadamente, ocurre con más frecuencia de la deseada en los conciertos. Pero lo que marcó la diferencia fue que, en los respectivos solos de cada miembro o en los gloriosos "Scream for me, Madrid!" de Bruce Dickinson (un punto y aparte para este tío, al que considero no únicamente una de las mejores voces no sólo del género sino en general; también me parece un showman de un calibre tal, que me parece una injusticia y prácticamente un insulto a la inteligencia que no se le suela nombrar como "mejor showman de la historia" como sí se hace con Freddie Mercury o Mick Jagger, cuando no les tiene nada que envidiar. Pero nada.) subían el sonido del músico protagonista en dicho momento y la cosa sonaba de lujo. Inolvidable el solo de batería de Nicko McBrain en "Hallowed Be Thy Name" (solo que yo toqué al aire, celebrando los años de espera por escuchar esta puta obra maestra en directo), los solos de Murray y Smith (o me pareció a mí o no tengo ni puta idea de guitarra, pero los vi tocar como nunca; en cambio, al pobre Gers parece que ni lo enchufaron...) y, sobretodo, la indestructible y heroica voz de Dickinson, que no soy el único que piensa que cantó de una manera soberbia, infinitamente mejor que las anteriores veces en que tuve el honor de estar frente a Iron Maiden. Qué hijo de puta. Qué grande es. Y, "last but not least", el líder, el fundador, uno de los mejores bajistas de Metal de todos los tiempos (y, a mi gusto, uno de mis bajistas favoritos en general, por no decir mi segundo bajista predilecto, tras el inmortal John Deacon). Imposible no levitar al verle a escasos metro y medio o a la distancia a la que estuviese. Tan humilde, tan buena persona. Como dijeron en la larga pero intensa espera, "Steve es Iron Maiden". Y, como tal, siempre ha sonado fuerte, pero, ésta mi tercera vez, aún más. Y en vez de resultar su bajo tan plano y metálico, había pasajes instrumentales en que desprendía una rabia y una oscuridad genial comparable y hasta superior a la que se palpa en los discos de estudio. No sé a ciencia cierta cómo sería el sonido para otras personas, en otros lugares. Yo, personalmente, quedé bastante satisfecho. Y, a tenor por lo hablado con muchas personas (incluso en el metro, con gente que estuvo en las gradas), también en los kilómetros a la redonda (¡no será tanto, pero qué inmensidad de estadio!). 






  La elección de canciones ha llevado a calificar el setlist por muchos seguidores de la Doncella como una maravilla. Opino exactamente igual. Uno de los mejores setlist que han llevado nunca. Clásicos infalibles, incombustibles, varias de las mejores canciones de todos los tiempos, capaces de levantar al unísono un estadio (¿cuántos hacen eso?), junto a verdaderas joyas de su extensísima y excelsa discografía. Las cinco canciones que más tenía ganas de escuchar, en el orden en que las tocaron, fueron: "Where Eagles Dare", "The Clansman", "For The Greater Good Of God", "Flight of the Icarus" y "Hallowed Be Thy Name". De éstas cinco, tres no conocía cuando leí el setlist al comenzar el "The Legacy of the Beast" (las tres primeras). Me fascinaron de una manera tal, que las consideré de inmediato como tres de las mejores creaciones de Maiden. La parte instrumental de "Where Eagles Dare" es una pura definición de lo que es la técnica y la maestría musical; "The Clansman" y ese  estribillo en que se respira una espesura tan profunda como el amor a la libertad de la raza humana y que ha hecho que el estribillo que reza la palabra "Freedom" (elevada a fenómeno cósmico en directo, gracias al público español) sea una de las mejores y más impactantes cosas que he vivido nunca en un concierto; "For the Greater Good Of God" es un monumento de arte que corta la respiración, con innumerables cambios; "Flight of the Icarus" siempre fue una de mis canciones favoritas de la Doncella, y, cuando leí el setlist, fue el principal asombro y finalmente causa por la que me aventurara a conseguir una entrada de pista; "Hallowed Be Thy Name" es tan especial para mí (y para millones de personas) que la voy a reservar para luego. Sí, las tres que nombro (y "The Wicker Man" y "Sing of the Cross") no las conocía. Me encanta Iron Maiden pero nunca he sido un devoto religioso, a pesar de conocer muchas de sus obras, tener dos DVD's de ellos y haber asistido a dos conciertos. Todo esto ha cambiado y ahora sí que lo soy. Imposible no rendirse ante la alarmante calidad musical de muchas de sus mágicas creaciones. Hay que estar sordo para no sentir emociones orgásmicas con muchas de sus celestiales canciones. Nunca entenderé que tanta gente que ama la música desprecie el Metal o a Iron Maiden, cuyos primeros siete discos son al Metal lo que la sucesión final de los Beatles al Rock. 

   Desgranar cada canción es algo que merecen todas y cada una de las canciones del concierto. A la salida, me preguntaron con qué momento me quedaba. Dije: "suelo decir X o Z pero, en éste concierto, TODO. Ni un puto bajón". He de resaltar de manera especial esas cinco que nombraba, "Aces High", "Revelations", "Sing of the Cross", "The Number of the Beast" o "The Evil That Men Do", pero es imperdonable dejarme fuera los clásicos masivos, infalibles, perfectos ("The Trooper", "Fear of the Dark", "Run to the Hills", etc.); pero, si realmente tengo que ser sincero, incisivo y coherente, en frío, con perspectiva y realismo, "Flight of the Icarus" y "Hallowed Be Thy Name" fueron demasiado para mí. Memorables. Mi vídeo en 4K del "Flight of the Icarus" entero ("Piece of Mind" fue el disco más representado en el setlist, cosa que agradezco bastante, y cuya presencia musical se vio celebrado también por un fan de una altura considerable que llevaba una careta de Eddie de aquella portada grandiosa y que se hacía fotos con todos los pesados que iban a él, entre los cuales yo) con mis comentarios, salidos del alma, al principio y al final, confirman que fue, sin exageración, uno de los mejores momentos que he vivido nunca en un concierto. 

  Ha sido una especie de pesadilla lo que he padecido con "Hallowed Be Thy Name". Merece un párrafo aparte. Mi tío, un gran aficionado al rock sureño y muy entendido en el rock americano en general, coleccionista de vinilos, me puso el "Best of the Beast" allá por el 2009, con unos trece añitos en mis venas. Pero ésta maldita creación del más allá, sobrehumana en su dimensión cuasi onírica y opiácea, palpitó profundamente en mis entrañas. "No van a volver a hacer algo así en su puta vida", decía. Es su forma de hablar. Y, quizá, no sea su mejor canción (eso es imposible de elegir cuando uno conoce tantas y tan buenas canciones forjadas por éstos dioses, y quiero escuchar TODO ahora) pero siempre fue la más especial para mí (o, al menos, hasta 2014, más o menos, en que ese trono se lo quedó "Seventh Son Of A Seventh Son", la canción homónima a este disco de matrícula de honor). Recuerdo ir por el centro, con trece añitos, con los amigos del instituto, los que teníamos gustos musicales infravalorados, minoritarios, pero, sin duda, mucho mejores. Me acuerdo discutir con ellos en el bus de vuelta al barrio cuál era la mejor canción y siempre decían los himnos: "The Trooper" o "Run to the Hills". Grandísimas ambas, pero "Hallowed Be Thy Name" es una puta obra monumental, calificada como la posible mejor canción de Heavy Metal. Voy más allá: una de las mejores canciones que he escuchado en mi vida. En mi primer concierto de Iron Maiden, en el Sonisphere en 2013, iba en el metro hablando con mi viejo amigo Sergio ("Ramones" para los amigos) y, al mencionar que no tocarían esta joyita en el "Maiden England" que vi en 2013 y 2014, una chica se dio la vuelta cabreada y sorprendida: "¿¡Que no tocan "Hallowed Be Thy Name"!?". Luego me hice amigo de ella. Y, mucho tiempo después, cinco años, he podido presenciar POR FIN "Hallowed Be Thy Name" en directo, a un metro del escenario y de estas divinidades musicales. 

  Imposible no hablar de las demás canciones (muchas de ellas verdaderos himnos, otras joyas estructuradas con la arquitectura musical que sólo los genios saben construir); de la impactante representación melodramática y ocasionalmente lúdica que siempre renueva Iron Maiden en cada gira, en cada época, adaptándola y deformándola en base a los tiempos, los avances tecnológicos o el concepto que corresponda con la gira, pero siempre con el mismo armazón casi teatral que lleva definiendo los directos de esta bestia. El "The Legacy of the Beast" de 2018 será una gira que quedará en la memoria de millones de personas, sin duda.

  Como confesé anteriormente, fue quizá a la desmesurada resaca y recuerdos de los conciertos extraordinarios de Helloween y Metallica hace poco, ambos también de matrícula, en que me ha dado de nuevo por esta obsesión genial que es el Metal. Y, junto con el impulso infinito de "Flight of the Icarus" o conocer en persona el Wanda Metropolitano (infinitamente mejor de lo esperado), me dio, inexplicablemente, más fuerte que nunca por Iron Maiden. Hasta el punto de que, sin saberlo, cuando compré la entrada de pista a finales de junio, fui al Fnac de Callao y, al subir las escaleras, vi la reciente autobiografía de Bruce Dickinson; recordé el libro Iron Maiden en España, en el que salía Fernando "Lord of the Flights" y rememoro hojearlo y leerlo en la Casa del Libro hace pocos años.






  Me muero de ganas de escuchar ahora su discografía al completo, en orden, leer cada una de sus letras y cada uno de los libros que he comprado. Esas tardes innumerables con los amigos de instituto, gritando el "like an eagle", pensando que, en la canción, Dickinson dice "señor batman, eres gay" o "yo follo más que tú" en "The Trooper"; ahora, pese a mis pocas expectativas con el concierto, confieso despertarme cada mañana, ver mis vídeos, y siempre, siempre, suelto una lagrimilla. Tengo una depresión post-concierto que me ha sucedido muy pocas veces... Me hace mucha ilusión coincidir casi siempre con mi página musical favorita, Blogofenia, en la que le da tres de cinco estrellas a ese concierto del Sonisphere en 2013 pero cinco de cinco al del Wanda Metropolitano en 2018. 

  Así era yo hace cinco años, con diecisiete primaveras. Un verdadero "The Clansman".






 Podría extenderme mucho más. Realmente esto no lo escribo para que lo lea nadie. Lo leeré yo y con suerte una o dos personas más. Si me esfuerzo de manera vehemente y entusiasta no es para que caiga en saco roto cuando casi nadie lo lee. Eso me da igual. No perdería el tiempo si fuese mi único objetivo. Cuanto más haces algo mejor lo haces, por eso escribo cuanto más mejor. Y  lo quiero releer dentro de algunos años y revivir el concierto, como hago con todos los vídeos que realizo con pasión concierto tras concierto. En noviembre del año pasado me compré un móvil de última generación para poder grabar con calidad los conciertos. Ahora he logrado grabar en 4K y medio concierto de Iron Maiden en el Wanda Metropolitano, en cuarta fila, está en mi cuenta de YouTube. Berreo como un vikingo poseído en ellos pero... es que si te metes en foros, en páginas dedicadas a Iron Maiden, muchos fans que comentan y llevan decenas o más conciertos de la legendaria agrupación a las espaldas aseguran que el del Wanda Metropolitano ha sido el mejor concierto que han visto de Iron Maiden. Es una suerte inmensa haber vivido algo así. Por cierto, como anécdota, en Bilbao conocí a Fernando "Lord of the Flights", uno de los fans más internacionales de Iron Maiden. Más de doscientos conciertos por todo el mundo y, además, una gran persona. Estuve horas hablando con él, a la noche, de vuelta en el autobús y una vez llegados a Madrid de tan extraordinario viaje. He coincidido con él en los conciertos de Slayer y Anthrax, en Metallica y no recuerdo si alguno más. Me reconoció siempre y me dijo que el de Bilbao fue el mejor concierto de aquella gira, que revivía el histórico "Seventh Son Of A Seventh Son", mi probable disco favorito de Iron Maiden. Bilbao me encantó pero estaba a unos quince metros de ellos y estoy muy mal acostumbrado a ver siempre los gestos, los ojos, el cuerpo o el sudor de las leyendas a las que amo. Me acordé mucho de él y me muero de ganas de volvérmelo a encontrar y preguntarle qué le ha parecido ésta apoteosis vivida en el nuevo estadio de Madrid. 

Éstos son todos mis vídeos del concierto. Disfruten:

































































  La panorámica nocturna de las inmediaciones del Wanda Metropolitano bien entrada la noche, con más de cincuenta mil personas saliendo en éxtasis de un concierto histórico, es una de esas imágenes que se le quedan a uno grabadas para siempre en la retina. Como lo vivido dentro del monumental estadio. Gracias Bruce, Steve, Dave, Adrian, Nicko, Janick...  os iréis, pero, por favor, no tengáis prisa. Os queremos.